martes, 23 de febrero de 2016

Una de dos...

- ¡Alguien se está tirando a mi mujer!
- Pero, ¿qué dices, tío?
- Sí. Te digo que alguien se está tirando a mi chica. Y voy a averiguar quién es.
- ¿Cómo lo sabes?
- No sé. Simplemente, lo presiento. Ella está... más guapa. Ha vuelto ese brillo, esa mirada reluciente en sus ojos. La que tenía cuando nos conocimos, cuando nos enamoramos. La que no veo desde hace tantos años...
- Y ahora la has vuelto a ver y crees que es porque ella se ha vuelto a enamorar. Pero, ¿estás seguro de que hay otro?
- Segurísimo. Tengo pruebas de que anoche mismo ocurrió.
- ¿Anoche? ¿Quién le haría el amor a tu propia chica mientras tú estabas fuera haciendo el amor?

"Who's making love", Johnny Taylor, 

- Averiguaré quién es y le daré un buen escarmiento.
- ¡Venga ya! Dejas a tu mujer en casa sola para pasar la noche fuera con otra y te molesta que ella reciba visitas. ¡Estás celoso!
- Pues sí. Estoy celoso. No puedo evitarlo.
- Entonces, ¿por qué te vas con otra? No entiendo por qué no estás con tu mujer todo el tiempo y eres tú quien le haces el amor.
- Porque no tenemos nada en común. Al principio eso nos daba igual. Pero desde hace un tiempo las diferencias entre nosotros se han convertido en una barrera. Somos tan diferentes, que no sé qué hacemos aún juntos.
- Esas diferencias os pesan y cada uno ha buscado a otro más afín. ¿No es eso? Sin embargo, tú estás celoso.
- Sí. Pensar que está con otro me está trastornando. No puedo soportarlo.
- ¿Sabes que ella te desea, a pesar de todo? Me lo ha dicho.
- ¿Qué dices?
- Sí. Sé que os amáis. Se os nota.
Es cierto que sois muy diferentes. A ella le gusta madrugar y a ti dormir hasta tarde. Ella es de mar y tú eres más de montaña. Ella necesita gente a su alrededor y tu estás cómodo en la soledad. Ella tiene un trabajo de éxito y tu estás en el paro. Aparentemente no tenéis nada en común. Pero tenéis algo muy valioso que no apreciáis: el deseo, ese punto de contacto entre ambos, el pegamento que hace que no os podáis separar a pesar de haberlo intentado una y otra vez. Os complementáis, encajáis mutuamente, como las únicas dos piezas de un puzzle que emparejan. Cada uno de vosotros admira del otro lo que él mismo no tiene. De lo que uno carece al otro le sobra. ¿Quien se atreve a decir que esto, algo tan importante, que compartís, no es valioso?
- Entonces...
- Entonces, corre. ¡Ve con ella! No la vuelvas a dejar sola. No sigas perdiendo el tiempo. No sigáis metiendo la pata.
- ¡Voy! Pero, necesito saberlo... ¿quién se tiraba a mi chica anoche mientras yo estaba fuera?
- Tranquilo, fui yo.
- ¿Cómo dices? Te mato ahora mismo.
- Encájame el directo, que te doy...

"Una de dos", Luís Eduardo Aute

...pero, no pudo ser.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Recuerdos de mis abuelos

Muchas de las cosas que escribió mi abuelo Manuel Aparici Cerveró forman parte de mis recuerdos. El taller de cerrajería de la calle Pizarro está muy claro en mi memoria. Las puertas verdes con cristaleras y con aquel timbre que sonaba al abrirse. El suelo, adoquinado, que era regado todas las tardes por Alberto, el último operario que allí trabajó, antes de cerrar. Las bancadas de trabajo, con sus morsas de sujeción y sus yunques donde continuamente se martilleaba con rítmico tintineo. Las muestras de cerraduras, para enseñar a los clientes el mecanismo patentado de cierre "arriba y abajo". La pizarra de los pedidos y los armarios de madera para las herramientas. El pie de cabra apoyado en un banco de trabajo. La llave del portal colgando de su clavo. La escalera de subida a la naya, siempre en total oscuridad, donde se encontraba el teléfono. El despachito, con sus albaranes sobre el escritorio y sus bocetos sobre las paredes. La báscula, junto a la puerta de salida al patio. Y el patio, lleno de polvo, donde se encontraba la fragua y las ruedas de correa sin fin que movían las máquinas.

Taller de cerrajería, parecido al de la calle Pizarro de Valencia (foto de la wikipedia)
Por allí corríamos mis hermanos y yo. Allí teníamos los coches que conducíamos a toda velocidad. Allí crecimos junto a nuestro "pepé", como nos hacía llamarle, y nuestra yaya Gloria.

Nada de eso queda ya. El edificio entero fue demolido a principios de este siglo para construir otro de nueva planta donde se ubicó "Corporación Dermoestética" hasta su cierre. Pero, si se tiene paciencia y se sabe donde mirar, aún pueden descubrirse muchos de los trabajos que se hicieron en el taller.

Crucifijo, por Manuel Aparici Cerveró
Hace varios años, visité  la consulta de un médico en la Gran Vía Marqués del Turia que tenía uno de los cierres de seguridad que mi abuelo ideó, seguramente montado por Alberto, con su etiqueta metálica de la marca "Talleres Aparici". Pocos de esos cierres, instalados por todo el "Ensanche" de la ciudad, sobrevivirán ya, sustituidos, es lo más probable, por otros más modernos en puertas acorazadas. En cuanto a las puertas de zaguán y las rejas que se mencionan en los escritos, fabricadas en el taller, permanecen aún algunas de ellas, como puede comprobarse en las fotos que yo mismo saqué y que ilustran los posts anteriores.

En casa de mis padres, en la Avenida de Aragón nº 40, hay más productos fabricados en el taller, entre ellos: varios maceteros, un crucifijo, una imagen de la virgen con el niño y una mesa de hierro plegable.

Los cochecitos de niño han desaparecido; es una lástima, pero no sé dónde están. Mi abuelo siempre contaba que le ofrecieron mucho dinero por ellos, pero nunca los quiso vender. A pesar de eso, se perdió  la pista de ellos. Guardo en mi casa de Alfara de la Baronía un juego fabricado por él, del que tengo una gran estima: un futbolín de madera con las patas plegables y cuyas 22 figuras, pintadas con los colores del Valencia C.F. y del Athletic Club de Bilbao, son de plomo. Y poseo algo más valioso: los recuerdos de todo ello que ahora reviven.

Futbolín de madera, por Manuel Aparici Cerveró
Cuando tenía 14 años falleció mi yaya Gloria. Recuerdo que pasó mucho tiempo enferma y que durante ese periodo no íbamos a verla. Un día, después de muchos meses, mi madre me mandó a su casa a por un recado y la vi. Al día siguiente, ella falleció. Mi abuelo, "el pepé", le sobrevivió muchos años y finalmente también le tocó el turno. Hace pocos meses, mi madre siguió el mismo camino. Ojalá que, cuando me toque a mí, haya hecho tanto bien como hizo mi yaya, haya dejado la impronta de mi trabajo como lo hizo "el pepé" y pueda ser tan admirada mi vida como la de mi mamá.