Conservo muchos recuerdos del colegio, de mi época de E.G.B., a finales de los años 70 del siglo pasado. De la regla de la maestra de primero, siempre preparada para golpear indistintamente manos culpables e inocentes. Del profesor de segundo que no necesitaba la violencia física para mantener la atención de la mayoría. De la valentía del de tercero para enseñar valenciano en aquella época predemocrática. De cómo el de cuarto, a punto de jubilarse, con sus manos partía por la mitad aquellos paquetes de 25 tizas que más tarde prohibieron. Del sello del anillo del maestro de quinto, clavado en mi coronilla. De los insultos del de ciencias, en sexto, desesperado por no poder hacer comprender su materia.
Recuerdo aquellas asignaturas que había que aprender de memoria, casi todas. De las diez tablas de multiplicar, de que ocho por siete no son cincuenta y dos. Del catecismo, de lo que era ser cristiano y otras teorías "oficiales". De memorizar todas las partes del aparato digestivo, y de averiguar por mi cuenta las del aparato reproductor. De la insistencia de mis maestros y mis padres para recitar la lección con las mismas palabras que venían en el libro. De aquel alumno repetidor, que no quería o no podía, que se pasó medio curso con su pupitre vuelto hacia la pared del fondo, por orden de algún profesor desesperado.
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"La pared del fondo", foto por PCA (c) |
Hay cosas que han cambiado en la enseñanza primaria. Ya no hay amenazas, ni golpes, ni determinadas actitudes violentas o vejatorias por el profesorado. Pero algunos alumnos hacen hoy cosas que nadie se hubiera atrevido a hacer 20 años atrás. Otros aspectos de la educación no han cambiado aún. Es triste comprobar cómo se premia más a quien mejor memoria tiene. Los libros de texto siguen conteniendo datos en grandes cantidades para ser memorizados. De memoria se aprende todavía la geografía, la historia, la biología y otras materias en la mayoría de los colegios. Se fomenta la capacidad de recordar, pero no el desarrollo como persona. Me refiero al desarrollo artístico o deportivo, para los que sobreviven relegadas a una menor importancia unas pocas asignaturas. Me refiero también al desarrollo personal, del que apenas se dedica unas pocas horas semanales como tiempo de tutoría o en la asignatura alternativa a la religión.
Nuestros hijos habrán memorizado muchos datos, pero quizá no estén preparados para otras cosas importantes. Puede que cuando acaben sus estudios conozcan muchas cosas de los libros, pero no hayan aprendido a relacionarse respetuosamente con los demás, a expresar clara y eficazmente sus ideas, a competir en el mercado de trabajo. Puede que nadie les haya enseñado las herramientas necesarias para, el día de mañana, desarrollarse como ciudadano, cumplir como subordinado o ser respetado como jefe. Estos conceptos también deben formar parte de la educación de nuestros hijos.