No hay compasión en ti. Nunca la hubo. Ahora me sorprende darme cuenta
de ello. Supongo que pensé que eras una especie de dios. De este modo te adoraba yo. Cada día, subías a tu pedestal y, desde allí, veías cómo yo me arrastraba para recoger las propinas que me echabas, antes de volver a marcharte, siempre de paso. Entre los despojos que dejabas, yo escarbaba para encontrar unas migajas de cariño que me permitieran sobrevivir un día más. No me daba cuenta de ello.
Ahora sé que lo tengo merecido; por confiar en ti, cuando lo único que realmente has hecho es
divertirte conmigo. Empleabas tu tiempo en mí por curiosidad, casi por
deporte, pues yo era de tu propiedad. Como
alguien inferior a ti siempre me trataste; me maltrataste. Y yo sufría, pero dejaba que me lo hicieras. Hasta que ya no podía más y entonces te abandonaba.
Más
tarde, tú insistías en volver conmigo y yo conseguía recuperarme. Me lo pedías de una forma tan
atenta, con tanto respeto, que con eso tan solo bastaba. Todos los reparos que yo te había puesto, dejaban entonces de tener importancia. Pensaba que, con esfuerzo y
paciencia, todo iría bien. Por eso, me prometía a mí misma que lucharía por ti, que no daría mi brazo a torcer, aunque por tu parte no viera ningún compromiso. Y, ¿de qué sirvió?
Lo único que hacía era castigar al
caballo, cuando el jinete ya había caído; lo único que logré fue alargar la agonía. Al final,
nada pudo evitar que me degollaras. Sé que lo tengo merecido; por adorar a un miserable en lugar de quererme a mí misma. Apuesto a que te alegraste de mi
caída. La caída de la mayor optimista que tuvo el mundo.
"The fall of the world's own optimist" by Aimee Mann
(Durante 2016, 49 mujeres murieron a manos de sus parejas o ex parejas en España.
El mundo tiene 49 optimistas menos y 49 criminales más que hace un año. ¿Hasta cuando?)