jueves, 19 de noviembre de 2015

Memorias de D. Manuel Aparici Cerveró (II)

Al montar el nuevo taller en Pizarro 13, entre mi abuelo y mi padre, inventaron un aparato parecido a la noria que instalaron en la parte final de la planta baja. Fue uno de los primeros talleres que se mecanizaron, con este antiguo procedimiento de la noria. Tenían un caballo que daba vueltas continuamente. (Este caballo con un cochecito se utilizaba los domingos para ir a la casita de Burjasot.) El árbol central transmitía el movimiento giratorio a un árbol de transmisiones y poleas con correas sin fin, a las máquinas de taladrar que hasta entonces se movían a mano, así como a una prensa de 20 toneladas, también con volante de fundición y funcionamiento a mano.

Calle Pizarro de Valencia, desde el chaflán con Cirilo Amorós.
Como no haba electricidad ni gas ciudad, trabajaban por la noche con quinqués a petróleo, uno en cada puesto de trabajo, con soporte giratorio para orientar la luz. Sobre el cuadro de trabajo de máquinas se construyó una gran claraboya de cristal para dar luz a toda la estancia. Aún existen estanterías y armarios para guardar los trabajos terminados de cerrajería.

Cuando tuve uso de razón (1910), se instaló la fuerza eléctrica, de forma que yo traje la trasformación industrial. En esa época ya no pude ver el caballo, pero quedaba el pesebre y se sustituyó la prensa de mano por otra de 20 Tm, de construcción alemana, con combinación de cizalla, para cortar hierros de todos los perfiles.

En aquella época había trabajando 10 obreros, que según me dijo mi madre, subieron a la naya cuando yo nací a saludar al "Nou Mestre"; así llamaban los obreros al director de la empresa.

Mis primeros juegos fueron en el local del taller, lleno de hierros por todas partes, así que las caídas eran sobre ellos y siempre me dejaban heridas. Los domingos montábamos columpios y anillas, y con los amigos hacíamos corridas de toros. Siempre he tenido un toro con cuernos de verdad y corcho para clavar banderillas. Había un chico que siempre hacía de toro y le llamábamos "Toro" y yo, claro, era "Manolete". Mis tres hermanos y amigos se sentaban en una barrera colocada a propósito con capotes encima. Por entonces no se jugaba al fútbol. 

Manuel Aparici, su hija Mª Gloria y uno de sus nietos, a la puerta del taller de cerrajería
Entonces vivía la familia Cerveró en la calle Cirilo Amorós 20 y venían los primos, que eran tres, las primas que eran dos, nosotros cuatro y aún se agregaban otros. ¡Qué bonita aquella época! Nos divertíamos mucho, pero también trabajábamos mucho y nunca nos faltó de nada.

Mi padre, después de padecer mucho por cólicos nefríticos al riñón, le sobrevino úlcera de estómago a consecuencia de los pesados trabajos de fragua. Falleció en 1925 a los 59 años. Mi madre vivió siempre conmigo hasta su fallecimiento el 9 de abril de 1974, a los 86 años.

Mi padre estuvo seis años enfermo y yo tuve que ayudarle ya desde los 14 años sin parar, hasta su fallecimiento que tuvo lugar cuando yo tuve veinte años. A partir de entonces, tuve que llevar el taller adelante, con mi madre viuda y mis tres hermanos y estudiar dos Peritajes, como se llamaban entonces (hoy, Ingeniero y Arquitecto Técnico). Mis traslados fueron siempre en bicicleta. Desde los 14 años ya iba los veranos a Burjasot yo solo. El arquitecto D. Manuel Cortina Pérez dijo una vez que yo era "Caballero sobre mi caballo de hierro 'Bicicleta'"(1919).

Los estudios me sirvieron de mucho para poderme desenvolver en la dirección de los trabajos de cerrajería que se me encargaban. Me libré del servicio militar por ser hijo de viuda y pude continuar trabajando sin descanso, pues hacía mucha falta. 

Los trabajos más destacados de aquella época se relatan a continuación.

- Construcción de la puerta de hierro forjado para el portal de la Gran Vía Antic Regne de Valencia 10, estilo modernista. Ídem en calle Cirilo Amorós 11 con adornos de bronce, finca de D. Rafael Sánchez de León, ingeniero.

Av. Antic Regne de València nº 10
- Construcción de puerta reja estilo época transición gótico-renacimiento con arco rebajado, instalada en el Colegio del Patriarca de Burjasot, en la salida al patio jardín.

- Puerta y fachada, cancela en ascensor de la calle Salamanca 36, propiedad de los hermanos Ingenieros Iranzo.

Calle Salamanca nº 36, Valencia
- Primera armadura metálica colocada en terraza de la casa Barrachina y Balanzá en la plaza del Caudillo para anuncio luminoso papel "Bambú" y "Pedro Domecq”.


Puerta de la capilla en la parroquia de
San Juan y San Vicente de Valencia

- Dos puertas cancelas de hierro forjado con aplique de bronce, escudo de Valencia y cruz en bronce de los Caballeros de Malta (*) por ser ésta parroquia de S. Juan del Hospital, haciéndose cargo de ella los Caballeros de Malta, colocados en la capilla de la Comunión de la Parroquia de S. Juan y S. Vicente, en calle Isabel la Católica de Valencia; y dos rejas a la calle, proyecto del arquitecto D. Manuel Cortina Pérez.

(*) ORDEN DE CABALLEROS DE MALTA: Orden religiosa militar fundada hacia el año 1048 por los mercaderes de Amalfi en Nápoles. Establecióse un monasterio en Jerusalén ocupado por monjes benedictinos, donde se instaló un hospital bajo el Patronato de S. Juan Bautista para acoger a los peregrinos. La congregación se llamaba "Hermanos del Hospital de S. Juan de Jerusalén". En 1802 fue fundada en España de la que fueron Grandes Maestros los Monarcas. La Cruz de Malta es blanca, de una cinta negra.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Te seré fiel siempre

Me la presentaron cuando era muy joven, cuando aún no sabía nada de la vida. Y dos semanas más tarde, vino a vivir a mi casa. Al principio no me molestó tener compañía, porque acababa de divorciarme y la casa se me hacía muy grande y solitaria. Lo tomé como una prueba, para ver si podía salir bien, sin compromiso, como algo temporal. Se quedó conmigo 13 años.

La convivencia fue dura, sobre todo los primeros meses. ¡Era tan pequeña...! Sin ayuda de nadie tuve que criarla, educarla, jugar con ella, buscarle distracciones. Por aquel entonces tenía un horario laboral muy estricto y salía tarde. Me costaba irme a trabajar y dejarla tantas horas en casa. Sabía que no le iba a pasar nada, pero sufría de saber que estaba sola.

Sin duda, la vida juntos fue bien. Alguien más fiel y más entregado a mí no hubo. A pesar de mi inmadurez y mi mala leche, de mis explosiones de ira e incluso de mis golpes cuando me enfadaba, ella nunca se quejó. Jamás pensó en abandonarme o en engañarme con otro. Su amor fue incondicional. Llegada la calma, venía cariñosa y se sentaba a mi lado. Jamás volveré a encontrar nada igual.

Teníamos muchas cosas en común. A ambos nos costaba hacer nuevos amigos y desconfiábamos de la mayoría de los nuevos conocidos. Eso nos volvió un poco solitarios, quizá huraños, pero no nos importó. Le encantaba salir al monte, como a mí. En nuestros paseos, ella iba delante, a unos pocos pasos de mí, aunque siempre me dejaba elegir la ruta. En las bifurcaciones, se paraba y giraba la cabeza para mirarme. Un leve gesto me bastaba para que entendiera por dónde seguir.

Pero llegó un día en que enfermó. Primero no podía casi comer. Luego ya no podía casi caminar. Tenía problemas para controlar sus esfínteres. Poco a poco se le fue apagado la vida. Fueron unos meses muy difíciles. Hasta que llegó el final. Ningún facultativo acertó con la cura. La mantenía con ibuprofenos y analgésicos. Tengo clavada en mi memoria su última noche. Me desperté con sus llantos y quejas. El dolor que mostraba parecía insoportable. Así pasaron varias horas. Finalmente se fue calmando hasta que dejó de respirar.

"Konga", foto por PCA (c)
Muchas veces la echo de menos. Aquellos paseos juntos, aquellas comidas que nos preparábamos, su mirada siempre atenta a lo que yo le contaba, su compañía todas las noches, su fidelidad incondicional... Nunca tendré a nadie como ella.

Creo que ningún ser humano es capaz de demostrar todo aquello. Reconozco que yo no, desde luego que no. Sea este mi homenaje a la mejor compañera de aquellos años, que me ayudó a sobrevivir en una época personal difícil y conflictiva. Gracias, Konga. Siempre te tendré en mi mente.