sábado, 7 de noviembre de 2015

Te seré fiel siempre

Me la presentaron cuando era muy joven, cuando aún no sabía nada de la vida. Y dos semanas más tarde, vino a vivir a mi casa. Al principio no me molestó tener compañía, porque acababa de divorciarme y la casa se me hacía muy grande y solitaria. Lo tomé como una prueba, para ver si podía salir bien, sin compromiso, como algo temporal. Se quedó conmigo 13 años.

La convivencia fue dura, sobre todo los primeros meses. ¡Era tan pequeña...! Sin ayuda de nadie tuve que criarla, educarla, jugar con ella, buscarle distracciones. Por aquel entonces tenía un horario laboral muy estricto y salía tarde. Me costaba irme a trabajar y dejarla tantas horas en casa. Sabía que no le iba a pasar nada, pero sufría de saber que estaba sola.

Sin duda, la vida juntos fue bien. Alguien más fiel y más entregado a mí no hubo. A pesar de mi inmadurez y mi mala leche, de mis explosiones de ira e incluso de mis golpes cuando me enfadaba, ella nunca se quejó. Jamás pensó en abandonarme o en engañarme con otro. Su amor fue incondicional. Llegada la calma, venía cariñosa y se sentaba a mi lado. Jamás volveré a encontrar nada igual.

Teníamos muchas cosas en común. A ambos nos costaba hacer nuevos amigos y desconfiábamos de la mayoría de los nuevos conocidos. Eso nos volvió un poco solitarios, quizá huraños, pero no nos importó. Le encantaba salir al monte, como a mí. En nuestros paseos, ella iba delante, a unos pocos pasos de mí, aunque siempre me dejaba elegir la ruta. En las bifurcaciones, se paraba y giraba la cabeza para mirarme. Un leve gesto me bastaba para que entendiera por dónde seguir.

Pero llegó un día en que enfermó. Primero no podía casi comer. Luego ya no podía casi caminar. Tenía problemas para controlar sus esfínteres. Poco a poco se le fue apagado la vida. Fueron unos meses muy difíciles. Hasta que llegó el final. Ningún facultativo acertó con la cura. La mantenía con ibuprofenos y analgésicos. Tengo clavada en mi memoria su última noche. Me desperté con sus llantos y quejas. El dolor que mostraba parecía insoportable. Así pasaron varias horas. Finalmente se fue calmando hasta que dejó de respirar.

"Konga", foto por PCA (c)
Muchas veces la echo de menos. Aquellos paseos juntos, aquellas comidas que nos preparábamos, su mirada siempre atenta a lo que yo le contaba, su compañía todas las noches, su fidelidad incondicional... Nunca tendré a nadie como ella.

Creo que ningún ser humano es capaz de demostrar todo aquello. Reconozco que yo no, desde luego que no. Sea este mi homenaje a la mejor compañera de aquellos años, que me ayudó a sobrevivir en una época personal difícil y conflictiva. Gracias, Konga. Siempre te tendré en mi mente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario