sábado, 16 de enero de 2016

Memorias de D. Manuel Aparici Cerveró (y IV)

Dos miembros de la familia Cerveró destacaron:

- Mi tío, primer hijo del primer matrimonio de mi abuelo materno, D. Luis Cerveró, que llegó a ser Director Jefe de Correos y Telégrafos, con residencia en Madrid. Tenía un palacete en Ciudad Lineal, cerca de Madrid. A su fallecimiento, mi madre Ángeles Cerveró Tamarit, 2ª hija del tercer matrimonio, heredó su parte correspondiente, como uno de los herederos de la familia, que era muy numerosa (9 hijos y descendientes).

Manuel Aparici con su hija 
MªÁngeles Gloria
- Otra tía, Concha Cerveró Soriano, hija del 2º matrimonio, con estudios de comadrona trabajó muchos años como ayudante del ginecólogo Doctor Lledó. Asistió al parto de mi hija María de los Ángeles Gloria Aparici Bosch el 12 de febrero de 1937.

Al parto de mi hijo Manolo el 25 de marzo de 1935 asistió el Doctor D. Tomás Alcober (me dijo que lo que iba a hacer tenía que ver con mis estudios, se preparó un par de fórceps de acero con los que ayudó a nacer a Manolo), que era padre del también doctor Tomás Alcober y amigo mío, desde sus estudios en la Facultad y sus aficiones a los análisis del embarazo. Por este motivo, y como industrial de la Facultad de Medicina y con su colaboración, tuve que construir innumerables jaulas metálicas para trabajos con ratones, perros, etc., para la investigación y estudio en los laboratorios de la Facultad que yo en aquella época frecuentaba, porque siempre me ha gustado la investigación y el trabajo de taller.



Resultado de esta afición a la que tenía que invertir muchas horas extra, fueron las patentes de invención de los cierres y cerraduras de seguridad que en una época se hicieron famosos, en los talleres Aparici, en la calle Pizarro 13 bajo izq., cuya finca edificó de planta mi abuelo paterno D. Vicente Aparici en 1880.

Etiqueta que aparece siempre en todos los cierres de seguridad instalados
Mi abuelo materno hizo dos cosas en el chaflán de la calle Cirilo Amorós 19 y Félix Pizcueta 21, donde vivía con su numerosa familia. Dicen que el tercer matrimonio con una de las dos hijas del procurador de los marqueses de Almunia, dona Vicenta Tamarit, que vivían en la plaza Almunia, cerca de la basílica de la Virgen de los Desamparados, tuvo mucho revuelo, sobre todo con las hijas solteras que aún le quedaban, pues se casó con una señora que tenía la edad de sus hijos. Y aún tuvo dos hijos más: un varón, y la última fue mi madre, Ángeles Cerveró Tamarit, que se casó con mi padre don Manuel Aparici Herrero, también con una diferencia de 23 años.

Otro de los familiares que destacó fue Enrique Lázaro Zaragozá, casado con mi hermana Carmen, que residen en Madrid, en calle San Agustín 18-1º D. Es Oficial de Telégrafos por oposición, Ingeniero de Telecomunicaciones, número uno de su promoción; por ese motivo ingresó en el cuerpo de Ingenieros del Ministerio de la Gobernación en Madrid. Montó las instalaciones de teletipos de la Prensa Nacional y Extranjera, en Burgos y en Madrid. Por estos trabajos se le ha recompensado, concediéndole la medalla de Isabel la Católica. También montó los aparatos de telefonía de la Compañía Telefónica, situada en Madrid en la calle Río Rosas. Muy aficionado a la radio, construía aparatos de galena con auriculares, que se oían muy bien. De carácter abierto y liberal, estuvo destinado en Palma de Mallorca, en la calle Gerónimo Antich, donde estuve 10 días, cuando mi hijo tenía 1 año. Por cierto, que regresamos por casualidad en el último barco que pudo salir de Palma a Valencia, pues al día siguiente, Palma ya no era zona nacional.

Buque de Transmediterránea "Ciudad de Palma", antes de ser transformado en fragata de guerra (foto por wikipedia)
En el último barco de ida a Palma fue su hermano Roberto y no pudo regresar a Valencia hasta que terminó la guerra (3 años después). Cuando volvió, se casó con una vecina de donde vivían y, cosas de la vida, falleció de repente en el mismo despacho del Banco de Bilbao. Estaba empleado en dicho Banco en la calle de las Barcas de Valencia, donde ingresó mi hijo a sus 17 años, en 1952, con el número uno, de los muchos que se presentaron de fuera del Banco. Era Perito Mercantil y luego estudió para Profesor Mercantil.

sábado, 2 de enero de 2016

De cara al muro (de la vida)

Domingo 15 de noviembre de 2020, 12:00 A.M.
Paseo marítimo, Ciudad de Valencia.

¿Cómo va la cosa? Han pasado ya 29 años desde que en 1991 dejé la casa de mis padres para casarme por primera vez. Durante ese tiempo, he tenido varias parejas en diferentes periodos de tiempo. Con la última, llevo más de una década de convivencia, varias veces interrumpida por distintos conflictos. A pesar de todo, tengo que decir que estoy con quien quiero estar. En este tiempo, han pasado cosas buenas y otras no tan buenas. Hoy mismo hemos tenido una de nuestras habituales discusiones domésticas. Aunque estoy bien, sólo un poco triste. He salido yo solo a pasear, para despejarme y pensar un poco. En otro tiempo, estaría preocupado por el momento de volver a casa. Ahora, ya no. Cuando los ánimos estén más calmados, llegará el momento de la reconciliación. Así lo tenemos acordado: nunca dejar que acabe la jornada sin perdonar ni pedir perdón. Pactos como este son la garantia de supervivencia de nuestra relación, aunque en el momento de formalizarlos no los creí necesarios. En una época anterior, no tuve estas precauciones y las incontables dificultades de la vida llegaron a destrozar un amor que pensaba indestructible, cosa que me produjo un gran sufrimiento. Cualquier roce puede erosionar la vida en pareja y hay que estar preparado si se la quiere cuidar.
Paseo marítimo en un día otoñal, foto anónima

¡Bien hecho hasta ahora! Sí, pero aún queda mucho para alcanzar la meta que nos hemos marcado. Hace 5 años, pasamos una crisis importante que nos llevó a interrumpir un tiempo nuestra relación. Entonces compartíamos pocos pactos y muchos reproches. Tras unos meses duros y turbulentos, decidí abandonar, rendirme. Y, aunque al principio no creí posible que sucedería, pasados varios meses, me arrepentí de mi decisión. Como no puede separarse lo que es uno, finalmente volvimos juntos. Tras un esfuerzo tremendo por recuperar lo perdido, continuamos nuestro camino en común, eso sí, sufriendo en cada uno de nuestros altibajos. Y asi, ya llevamos 13 años juntos. Nunca he estado tanto tiempo con alguien. Quizá pague el esfuerzo que llevo realizado y, dentro de poco, piense que ya no puedo más, que este esfuerzo ya no vale la pena, que es demasiado el sufrimento. Puede que encuentre mi “muro”, que piense de nuevo en abandonar.

¡Mira cómo van algunos ya! En mis paseos veo mucha gente sola. Parecen tristes y melancólicos. Unos han abandonado y otros han sido abandonados. En cualquier caso, con su relación rota, acabada, sin esperanza, pasando su particular “calvario”. Qué diferencia con el ambiente optimista del principio de las relaciones. Si hay un momento mágico de felicidad, ése es durante los primeros meses, cuando todo sorprende y la quimica de los cuerpos se alborota, antes de que las diferencias que existen sean apreciables. Es muy curioso esto, pero os aseguro que, en esos momentos, no hay tristeza.

¡Acaba lo que has empezado! Cuando uno encuentra una dificultad en la vida, es fácil encontrar excusas para abandonar: estoy cansado, me duele, no merece el esfuerzo... Hoy no quiero pensar en muros ni en rendiciones. En otras ocasiones he podido fallar, me he hundido o he dejado de luchar antes de terminar. Hoy no voy a cometer ese error. He pasado mucho antes de llegar hasta aquí y debo acabar lo que he empiezado, haciéndolo lo mejor posible. Además, confío en mí totalmente. Voy a marcarme un nuevo objetivo: llegar a los 80 años satisfecho de haber vivido como yo decidí y con quien yo decidí. Para ello, debo ser fuerte. Muchas serán las dificultades. Supondrá superar desprecios, incomprensión, falta de respeto, incluso chantajes provinietes de personas muy queridas. Significará un gran reto, pero creo que puedo lograrlo.

"La Femella", foto por PCA (c)

¡Ánimo, continúa! Aunque ya tengo 53 años, aún creo posible conocer gente que me ayude a seguir. Y mi familia y amigos, es seguro, estarán cerca apoyándome. Hace poco aprendí que no se debe sacrificar la felicidad propia por nada ni por nadie. Porque solo si consigues ser feliz, podrás hacer felices a los demás. Los que te quieren se sentirán bien y felices en la medida en que te vean feliz. Y es esta felicidad, que se refuerza entre todos, la que da las ganas de vivir y de seguir adelante. Estoy deseando experimentar la satisfacción de conseguir lo que me he propuesto. Hoy no voy a rendirme.