Llamadme Kevin. Es como me
conocen mis amigos, bueno, así los llamo yo. La loquera me ha dicho que no son amigos míos, porque nunca les he visto
personalmente; tampoco he compartido con ellos experiencias ni
alegrías ni penas. Los conocí por la red. Pero son las únicas personas que me entienden.
Comparto con ellos el tiempo, ya sea de día o de noche, en el refugio de mi cuarto. Llevo 3 años, 5 meses y 14 días sin salir de
mi habitación. No tengo contacto con nadie; no quiero tenerlo; no lo
necesito. Con nadie, salvo con mis amigos de la red. Ellos tampoco
salen nunca. El mayor de todos ellos, Buzz, lleva 18 años en su habitación,
durante los cuales sólo ha salido una vez, obligado por los bomberos
cuando se produjo un incendio en casa de su vecina. Es nuestro ídolo.
Bueno, a veces dejo entrar a
mi madre, de vez en cuando, una o dos veces al mes. Ella pone un poco de orden en el cuarto y se va. Ha aprendido a no preguntar y ya no me da la lata. Por eso
dejo que entre. Cada día me deja la comida y la cena en la puerta y yo sólo
tengo que dejar después la bandeja en el mismo lugar. Ya no veo a mi
padre, creo que se ha cansado de mí. Al principio, no paraba de
reñirme. Sus broncas eran diarias. Me chillaba durante horas desde
el pasillo. Golpeaba la puerta, intentaba abrirla sin éxito, por el
cerrojo que instalé. Poco a poco fueron remitiendo sus reproches.
Supongo que ya ni se preocupa por mí. También hace 3 años que no
veo a mi hermana. En realidad, no me hablo con ella desde mucho
antes. Serán más de 5 años sin dirigirnos la palabra, desde un día
en que me llamó "marica" y "soplapoyas".
Kevin, hikikomori (foto de la wikipedia) |
El director de mi instituto
ha intentado verme varias veces en este tiempo. No lo ha conseguido.
Recientemente ha venido acompañado de una mujer, quien me hablaba a través de
la puerta cerrada. Me decía que era psicóloga y que estaba muy
interesada en mi "caso", como ella lo llamaba. En las dos
últimas ocasiones, dejé que entrara. Es maja, la loquera. Quiere saber el
motivo por el que ya no salgo. No intenta que yo cambie, sólo le
gustaría conocer porqué lo hago, desde el punto de vista
profesional. Pero, aunque yo pudiera explicárselo, creo que no lo comprendería. Nos llama hikikomori, a mis amigos y a mí. Es una palabra japonesa que significa aislado o algo parecido, pero yo no vivo aislado, tengo amigos. Ella me ha animado a escribir esto.
Ocurre sin darte cuenta. Al
principio, sales de clase con prisa, deseando regresar a casa. Los
demás compañeros se quedan un rato en un bar charlando, fumando o
tomando algo. Sabes que no necesitas eso. No quieres compañía. No
quieres estar en la calle o en el bar, son lugares que te ponen
nervioso. Estas inquieto hasta que puedes entrar en el portal. Y, una
vez en casa, no te encuentras a gusto más que en tu habitación. No
soportas estar en el salón, con la familia. Necesitas la soledad. Tu cuarto es el único sitio donde te encuentras seguro y
tranquilo. Un día, ya no te apetece salir de casa. La calle se te
antoja peligrosa e insegura. Pero tus padres te obligan a ir a clase.
Te montan el pollo y no tienes más remedio que introducirte entre la
muchedumbre. Caminas aprisa para llegar cuanto antes y te refugias
tras tu pupitre. Más deprisa aún haces el camino de regreso. Y
decides que no lo vas a hacer más. Decides que aquél fue el último
día.
"¡Peligro!" (foto por PCA (c)) |
La gente no me ha tratado
mal del todo. Normalmente, siempre se han metido conmigo, eso es
verdad. En el colegio, me llamaban "abuela", porque hablaba
solo. Suelo contarme cosas a mí mismo en voz alta. Y eso les hacía
gracia. "Hola, abuela, ¿está usted hablando sola otra vez?, ¿ya se ha
tomado la tisana?" y frases por el estilo era lo que me decían.
Nada grave. Supongo que me veían algo rarito, comparado con ellos.
Ninguna agresión física. Pero todo aquello quedó atrás. El
rarito, el diferente, el aislado ya no está allí. Ya no necesito estar allí,
porque me encuentro perfectamente aquí.
Tengo 17 años y no saldré
jamás. Aquí estoy bien. Tengo lo que necesito: la seguridad de mi
cuarto; un ordenador conectado a internet; videojuegos y pelis con las que paso el tiempo; comida que mi madre
trae cada día. Y carezco de lo que no necesito: el coñazo de las compañías, la obligación de quedar bien con todos, la falsedad de
las personas, los peligros de la calle. La loquera me pregunta
cuánto tiempo más estaré así. No puedo responderle. Quién sabe cuánto
tiempo más viviré.
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