miércoles, 9 de marzo de 2016

Hikikomori

Llamadme Kevin. Es como me conocen mis amigos, bueno, así los llamo yo. La loquera me ha dicho que no son amigos míos, porque nunca les he visto personalmente; tampoco he compartido con ellos experiencias ni alegrías ni penas. Los conocí por la red. Pero son las únicas personas que me entienden. Comparto con ellos el tiempo, ya sea de día o de noche, en el refugio de mi cuarto. Llevo 3 años, 5 meses y 14 días sin salir de mi habitación. No tengo contacto con nadie; no quiero tenerlo; no lo necesito. Con nadie, salvo con mis amigos de la red. Ellos tampoco salen nunca. El mayor de todos ellos, Buzz, lleva 18 años en su habitación, durante los cuales sólo ha salido una vez, obligado por los bomberos cuando se produjo un incendio en casa de su vecina. Es nuestro ídolo.

Bueno, a veces dejo entrar a mi madre, de vez en cuando, una o dos veces al mes. Ella pone un poco de orden en el cuarto y se va. Ha aprendido a no preguntar y ya no me da la lata. Por eso dejo que entre. Cada día me deja la comida y la cena en la puerta y yo sólo tengo que dejar después la bandeja en el mismo lugar. Ya no veo a mi padre, creo que se ha cansado de mí. Al principio, no paraba de reñirme. Sus broncas eran diarias. Me chillaba durante horas desde el pasillo. Golpeaba la puerta, intentaba abrirla sin éxito, por el cerrojo que instalé. Poco a poco fueron remitiendo sus reproches. Supongo que ya ni se preocupa por mí. También hace 3 años que no veo a mi hermana. En realidad, no me hablo con ella desde mucho antes. Serán más de 5 años sin dirigirnos la palabra, desde un día en que me llamó "marica" y "soplapoyas".

Kevin, hikikomori (foto de la wikipedia)
El director de mi instituto ha intentado verme varias veces en este tiempo. No lo ha conseguido. Recientemente ha venido acompañado de una mujer, quien me hablaba a través de la puerta cerrada. Me decía que era psicóloga y que estaba muy interesada en mi "caso", como ella lo llamaba. En las dos últimas ocasiones, dejé que entrara. Es maja, la loquera. Quiere saber el motivo por el que ya no salgo. No intenta que yo cambie, sólo le gustaría conocer porqué lo hago, desde el punto de vista profesional. Pero, aunque yo pudiera explicárselo, creo que no lo comprendería. Nos llama hikikomori, a mis amigos y a mí. Es una palabra japonesa que significa aislado o algo parecido, pero yo no vivo aislado, tengo amigos. Ella me ha animado a escribir esto.

Ocurre sin darte cuenta. Al principio, sales de clase con prisa, deseando regresar a casa. Los demás compañeros se quedan un rato en un bar charlando, fumando o tomando algo. Sabes que no necesitas eso. No quieres compañía. No quieres estar en la calle o en el bar, son lugares que te ponen nervioso. Estas inquieto hasta que puedes entrar en el portal. Y, una vez en casa, no te encuentras a gusto más que en tu habitación. No soportas estar en el salón, con la familia. Necesitas la soledad. Tu cuarto es el único sitio donde te encuentras seguro y tranquilo. Un día, ya no te apetece salir de casa. La calle se te antoja peligrosa e insegura. Pero tus padres te obligan a ir a clase. Te montan el pollo y no tienes más remedio que introducirte entre la muchedumbre. Caminas aprisa para llegar cuanto antes y te refugias tras tu pupitre. Más deprisa aún haces el camino de regreso. Y decides que no lo vas a hacer más. Decides que aquél fue el último día.

"¡Peligro!" (foto por PCA (c))
La gente no me ha tratado mal del todo. Normalmente, siempre se han metido conmigo, eso es verdad. En el colegio, me llamaban "abuela", porque hablaba solo. Suelo contarme cosas a mí mismo en voz alta. Y eso les hacía gracia. "Hola, abuela, ¿está usted hablando sola otra vez?, ¿ya se ha tomado la tisana?" y frases por el estilo era lo que me decían. Nada grave. Supongo que me veían algo rarito, comparado con ellos. Ninguna agresión física. Pero todo aquello quedó atrás. El rarito, el diferente, el aislado ya no está allí. Ya no necesito estar allí, porque me encuentro perfectamente aquí.


Tengo 17 años y no saldré jamás. Aquí estoy bien. Tengo lo que necesito: la seguridad de mi cuarto; un ordenador conectado a internet; videojuegos y pelis con las que paso el tiempo; comida que mi madre trae cada día. Y carezco de lo que no necesito: el coñazo de las compañías, la obligación de quedar bien con todos, la falsedad de las personas, los peligros de la calle. La loquera me pregunta cuánto tiempo más estaré así. No puedo responderle. Quién sabe cuánto tiempo más viviré.

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