sábado, 17 de septiembre de 2016

El poder de la caja

La posesión de la caja confiere al que la controla una especie de poder; cualquiera situado delante del ojo hipnótico de cristal obedece las órdenes más perentorias sobre postura y expresión. (Extraído de "El Color de la Magia", de Terry Pratchett)

Tras leer esta afirmacion tan categorica, quise comprobar su veracidad. Y tengo que reconocer que es totalmente cierto: tenerla entre las manos equivale a tener el control. La caja a la que me refiero es una máquina mágica que permite hechizar durante unos segundos a las personas cercanas, que quedan a merced del capricho de su poseedor. Así, la persona apuntada con ella será fácilmente manipulada y obedecerá cualquier instrucción sobre qué hacer o cómo actuar. Estoy seguro de que ni Leonardo da Vinci, quien ya en el Renacimiento describió el funcionamiento de la llamada "cámara oscura", ni Charles Chevalier, quien en los años 20 del siglo XIX construyó las primeras lentes que mejoran su uso, imaginaron esta magia y sus efectos sobre la voluntad.

"La caja mágica", grabado del siglo XVIII
Consigue una caja y tú mismo podrás hacer que alguien sonría o ponga cara de bobo, que haga el pino o cambie 20 veces de posición, que se mueva atrás y adelante como un estúpido y, en definitiva, que haga el ridículo cuanto a ti te plazca. Como he podido descubrir, esto es un hecho que ha sido repetidamente demostrado desde su invención hasta nuestros días y cualquiera puede comprobar el efecto de forma sencilla. Te animo a ello. Para conseguirlo, no es necesario hacer uso de ninguno de los muchos artilugios o palancas que salen de la caja. No es necesario conocer para qué sirven la multitud de ruedas y botones. Únicamente hay que coger la caja y apuntar a alguien. Es cierto que sobre ciertas personas, muy pocas, el efecto es limitado; incluso los hay inmunes a su poder. Son personas especiales y son tratados de “raritos” por los poseedores de cajas. Pero la inmensa mayoría sucumbe a su magia.

Un caso muy relevante fue el de Phillipe Halsman. Él era una persona cualquiera en su Letonia natal. No iba a hacer mucho de su vida, quizá pasar una larga condena en la cárcel acusado de parricidio. Sin embargo, tenía la caja. Y durante los años 50 y 60 del siglo pasado hizo lo que quiso con los demás, hasta con famosos y poderosos. Como notables ejemplos, hizo que Albert Einstein sacara la lengua con cara de estúpido, que Salvador Dalí se pusiera flores en el bigote y que Alfred Hitchcock soportara que un pájaro se posara sobre su cabeza. También puso a dar saltos a los duques de Windsor, a Richard Nixon y a Audrey Hepburn, entre muchos otros. Cuentan que consiguió que Marilyn Monroe saltara más de 200 veces seguidas delante de la caja.
El poder de Phillipe Halsman
Recientemente, la gente se ha dado cuenta de este poder. Y, en la actualidad, todos llevan una caja mágica en el bolsillo y no se la dejan a nadie. Ellos mismos la manipulan y utilizan largos palos que acoplan a la máquina para que la lente pueda captarles. Son al mismo tiempo hechiceros y objetos del hechizo. Esto está produciendo una distorsión en su magia de impredecibles consecuencias. De momento, se ha notado en la gente un extraño efecto multiplicativo. El síntoma más común es un irrefrenable deseo de usar la caja una y otra vez, en cualquier situación, sin importar dónde o con quién. Y es muy contagioso. Yo estoy sufriendo también este mal: le llaman “selfi”.

jueves, 1 de septiembre de 2016

El fin del verano

Durante la última semana de junio todo fueron buenas ideas y magníficas intenciones. Esto es a lo que iba a dedicar mi tiempo libre:

"Mi tiempo libre" (foto por PCA (c))
  1. Mejorar mi inglés.
  2. Ordenar el disco duro para liberar espacio.
  3. Montar un álbum con las fotos antiguas.
  4. Aprender a preparar un marmitako de bacalao.
  5. Empezar alguna actividad de DIY.
  6. Leer el último éxito de Jöel Dicker.
  7. Ponerme al día en “Juego de Tronos”.
  8. Organizar una fiesta temática.
  9. Dejar de una vez por todas esa adicción.
  10. Hacer un viaje a algún sitio más fresquito.
  11. Llegar a la playa algún día antes de la una de la tarde.
  12. Bañarme en el mar alguna noche a la luz de la luna llena.
  13. Ver amanecer todos los días.
  14. Hacer ejercicios de cardio todas las mañanas.
  15. Pasear por la orilla del mar todas las tardes.
  16. Mirar el cielo estrellado todas las noches.
  17. Empezar la preparación de esa prueba que tengo en noviembre.
  18. Hacer esa ruta en bicicleta que cada año aplazo.
  19. Hacer las paces con... (ella ya sabe quién es).
  20. Escribir en el blog un post semanal.
¡Interesantes planes, sin duda, los que tenía en el mes de junio! Hoy, primero de septiembre, con mis vacaciones agotadas, me pregunto qué fue de aquellos planes de verano recién nacido. La respuesta es sencilla: No he hecho nada de mi lista.

"El fin del verano", por Danza Invisible

El fin del verano siempre es triste por muchos motivos. En mi caso, que no he cumplido con las expectativas, más aún. No sé. Quizá las expectativas fueran demasiado exigentes.

En cambio, he hecho algo que no estaba en la lista. Este verano me he dedicado sólo a engordar. Engordar, engordar, engordar.

(Y hoy, me toca algo que sólo hago una vez al año y que cada vez me hace sentir más viejo. ¡Qué pereza!)