martes, 25 de octubre de 2016

Donde mis sueños viajan

La famosa presentadora de tv compartía una romántica cena con aquella chica del colegio, de la que todos nos burlábamos por su sobrepeso y por su torpeza con los deportes. Se sonreían y se miraban a los ojos, mientras el camarero iba encendiendo las velas una a una con una cerilla. Tras el ventanal, un tren azul recorría la calle bajo la lluvia, sin detenerse; no había nadie esperando su llegada en la cercana parada. Era el tren que cada noche realizaba el viaje sólo de ida; hacía mucho tiempo que ninguno recorría ya el trayecto inverso.

El novio de la presentadora de tv había perdido el tren y corría tras él, salpicándose sus pantalones al pisar los charcos. Las dos chicas, al verlo, se partían de la risa. Él era futbolista, una promesa en su juventud, que siempre soñó con jugar en un equipo de primera división. Llegaba tarde a su cita con el ganso salvaje que debía guiarle hacia el sur. Le había prometido llevarlo a 3000 kilómetros de allí junto a toda la bandada, donde empezar de nuevo, para comenzar una vida nueva.

El mimo del parque lo había visto todo. Había adivinado que aquella bolsa de papel que alguien olvidó en medio de la calle contenía cartas que no habían sido entregadas a sus destinatarios. Cuartillas que la lluvia iba empapando, mezclando la tinta de todas ellas y arrastrando las palabras de unas hacia las otras, para crear frases sin sentido. A pesar del aguacero, el mimo continuaba con su inmóvil trabajo; mientras, el agua corría por su cara dejando chorretones de maquillaje. 

"El mimo del parque", por PCA (c)
Otra noche, corría yo solo por la misma calle oscura y mojada. Llevaba más de 3 horas corriendo y aún me quedaban muchos kilómetros más. Sabía que el ganso salvaje ya había llegado a la meta, ganando la carrera. Era la última que disputaba, antes de partir hacia el sur con el futbolista y toda su bandada.

Yo seguía corriendo, sin saber cuánto tiempo más iba a necesitar para acabar. El cansancio hacía mella en mi ánimo. No oía ya mis pisadas, ni mi respiración, ni los latidos de mi corazón. Sólo reinaba el silencio. Miré a mi alrededor y vi al mimo con la cara maquillada, corriendo a mi altura. Detrás de él venía una multitud; calculé unas 10.000 personas, quizás más. Todos me adelantaron en total silencio. A pesar de mis esfuerzos por correr más rápido, apenas conseguía moverme; en medio de ese silencio que no me dejaba oír nada.

Reconocía a todos los que iban pasando junto a mí. Los había visto en la línea de salida muy ocupados, escribiendo cartas llenas de buenos deseos, de felicidad y de superación. En cuartillas que iban introduciendo en una bolsa de papel antes de comenzar la carrera. Mientras tanto, la famosa presentadora de tv lloraba abandonada sobre su cama, sin poder dormir; ella también escribía una carta, la comprometedora carta que todo el mundo buscaría más tarde.

"El tren azul", por Esclarecidos

Y así, cada noche, viajan mis sueños al encuentro de la presentadora, el futbolista, el farmacéutico, el profesor de literatura, el pez negro, el ganso salvaje, aquella chica del colegio y sus historias de amor. El tren azul los lleva al encuentro de sus anhelos, pero nunca los trae de vuelta. Cuando despierto, abro los ojos de nuevo a este mundo de prisas y exigencias, de plazos y compromisos, de incumplimientos y decepciones. Me gustaría tener entonces a mis sueños aquí de vuelta, pero no es posible. Porque hace mucho tiempo que ningún tren recorre ya el trayecto inverso.

Me consuelo pensando que viajarán de nuevo esta noche.

martes, 4 de octubre de 2016

El futuro ya no es lo que era

Ya nadie usa monóculo para corregir la vista, aunque le quede un ojo bueno. Ya nadie pone un telegrama cuando quiere enviar un mensaje urgente. Ya nadie va a comprar el pan con una bolsa de ganchillo. Al pañuelo de tela, le queda apenas unos pocos estornudos de existencia. Hasta las palabras cambian su significado. Las pizarras ya no son de pizarra. La droguería ya no vende droga. Y quien es habitante de una villa no es necesariamente un villano. Todo esto es consecuencia inequívoca del paso del tiempo.

¿Qué será lo siguiente? ¿Que futuros nos esperan? Una cosa es segura: cualquiera que sea el que nos toque vivir estará hecho de demencia virtual

"Virtual Insanity", by Jamiroquai

Una demencia que entra por nuestras cajas personales, esas que todos llevamos en el bolsillo, y nos trastorna en forma diversas: interrumpe nuestras conversaciones, interfiere la compresión de nuestro entorno, distrae nuestra atención, nos informa de la llegada de inútiles mensajes, nos recuerda las próximas urgencias banales... Locura adictiva que nos convierte en yonkis del contacto; pero no del físico.

"La caja", foto por PCA (c)
Varias veces al día necesitamos nuestra dosis y la buscamos en todos los buzones que tiene la caja. Contactos virtuales, a través de los cuales nos van llegando infinitos mensajes: recibidos, reenviados, compartidos, copiados, reiterados y fácilmente olvidados. Satisfecha la necesidad, quedamos tranquilos y volvemos a prestar atención a lo que nos rodea. Pero apenas unos minutos después, volvemos a escarbar entre nuestras alertas y notificaciones en busca de más.

Es preocupante esta necesidad de contacto virtual. Quien entra en esta vorágine ya no puede salir. Empiezas buscando sólo una vez al día, quizá antes de acostarte. Después pasas a buscar también al despertar. Más tarde, lo haces 4, 6, 8 veces al día. Al poco tiempo, te das cuenta de que necesitas 20 minutos de cada hora en revisar tus buzones. Y es cuando ya no puedes dejar de contestar cada nuevo mensaje que interrumpe tu conversación, que se cuela en tu reunión, que se mete en tu cama entre tu pareja y tú. La caja personal y sus buzones han llegado para quedarse. Ella dominará nuestros posibles futuros. 

Una cosa es segura: el futuro que será ya no es lo que era.