Viajemos en el tiempo al siglo XIII. Tras la conquista cristiana del territorio, y a pesar de las dificultades orográficas, muchos de los habitantes de las ciudades migraron a las sierras y establecieron allí comunidades donde podían practicar en libertad sus costumbres y ritos religiosos. Por este motivo, la mayoría de los núcleos de población que encontramos en nuestras sierras tiene un origen musulmán. Casi todos estuvieron bajo la protección de barreras defensivas, como murallas o torres, y disponían de un castillo en las inmediaciones.
En un valle fértil de la sierra Calderona, un conjunto de familias se instalaron alrededor de una torre de vigilancia, constituyendo la poblado de la Hoya o de la Olla. Muy cerca, se alza el castillo del Real, que le brindaba protección. A pocos kilómetros de allí se encuentra Serra, que disponía también de un castillo sobre un cerro, desde el cual se domina una vasta extensión de terreno, que incluye todos los valles cercanos y sus caminos de acceso.
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Castillos de Serra y del Real de Olocau; Masía de la Olla (fotos por PCA (c)) |
En la sierra de Espadán, varias poblaciones formaron un área autónoma donde tradición, religión y ley musulmanas continuaron vigentes y respetadas: el alcadiazgo de Eslida. El rey Jaime I dio "Carta de Gracia y Seguridad" a un cadí para que gobernara desde Eslida un territorio del que formaban parte las poblaciones defendidas por los castillos de Benalí en Aín, de Maúz en Suera, de Castro cerca de Alfondeguilla, de Alcudia de Veo y de Villamalur. Hoy, estas fortalezas son sólo abandonadas ruinas, aunque algunas de ellas mantienen aún sus torres en pie.
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Castillos de Maúz, de Castro y de Villamalur, Sierra de Espadán (fotos por PCA (c)) |
En las montañas alrededor de los valles de Alcalá y de Gallinera, el caudillo musulmán al-Azraq creó, tras la conquista de Jaume I, otro territorio autónomo donde se cobijaron miles de musulmanes y, desde ese refugio, puso en dificultades a las tropas cristianas del rey Jaime I en numerosas ocasiones. Muchas decenas de fortalezas de aquella época se encuentran repartidas por nuestras montañas. Sólo se requiere el esfuerzo de trepar a ellas para emprender un enriquecedor viaje en el tiempo e imaginar cómo sería la vida entre sus muros.