jueves, 8 de junio de 2017

Caminando encontré... azudes, acequias y aceñas

Desde siempre, el ser humano ha querido dominar el agua. Las primeras civilizaciones se dieron cuenta de que, para no depender de la voluntad de los dioses, debían idear soluciones contra la sequía. Acumular el agua en el curso alto de los cauces, fue útil si se podía liberar más tarde a voluntad. Así nacieron los embalses. 

En la Sierra Espadán hay uno que tiene su origen en la época de dominación romana. La presa de Ajuez, en el municipio de Chóvar, embalsa el agua del barranco homónimo, para poder utilizarla en el consumo urbano y el riego de los campos, cuando los manantiales que lo abastecen, de irregular caudal, se agostan. 

Embalse de Ajuez, en Chóvar (foto por PCA (c))
Aguas abajo de la presa de Ajuez, todavía queda en pie una construcción de piedra de rodeno, que albergó una noria. Ya no se usa y el mecanismo ha desaparecido. Pero debió de ser similar a otro, más grande, que aún funciona en la población de Casas del Río, junto al río Cabriel. Cómo en este caso, se utilizaba para subir el agua del barranco hasta la acequia que la reparte entre los huertos que se encuentran a un nivel superior al del cauce.
La noria de Casas del Río (foto por PCA (c))
Determinado tipo de presas, llamadas azudes, permiten desviar el agua hacia las acequias que nacen al mismo nivel que el cauce que las alimenta. Saliendo de Alfondeguilla por camino de Eslida, un poco antes de la fuente del Frare, hay un azud en el río Belcaire que, por la técnica de sillares utilizada en su construcción, podría ser de la época romana.

L'Arquet d'Alfondeguilla (foto por PCA(c))
Muchas veces, las acequias, en su camino hacia los campos, deben salvar obstáculos o desniveles. En tal caso, y para no perder la cota, se han construido acueductos y sifones que llevan el agua de un lado a otro de la dificultad a sortear. En los alrededores de Alfondeguilla hay varios acueductos. Uno de ellos, de origen romano, llamado "El Arquet", salva el río Belcaire en un paraje de gran belleza, aguas arriba del pueblo.

Antes de acabar regando las huertas, puede aprovecharse la fuerza del agua si se le hace caer por un desnivel. La energía hidráulica se ha empleado tradicionalmente para diversos usos. Si mueve una piedra para moler el grano de cereal, el artefacto se llama aceña o molino. Si mueve unos mazos para abatanar la lana, se trata de un batán. El agua, que llega desde un nivel superior, normalmente una pequeña balsa, se deja caer sobre el caz, adquiriendo suficiente energía cinética para mover las palas de madera del rodezno. Un eje transmite el movimiento a la piedra o a los mazos. El agua, más tarde, sale por el socaz, libre para otros usos.

Molineros y bataneros eran los encargados del cuidado de estos mecanismos y aseguraban su correcto funcionamiento. Lástima que, con el abandono de los campos de cereal de nuestros montes y la aparición de los tejidos de algodón y sintéticos, ya no tuvieron más su razón de ser. En el barranco de la Caridad, cerca de Aín, quedan en pie varias aceñas maravillosamente restauradas como vivienda ocasional, como los molinos del Arco y de Guinza.

El molino de Guinza en Aín (foto por PCA (c))
¡Qué ingenio el de nuestros antepasados! Estos fundamentos para embalsar, transportar y aprovechar el agua han pervivido durante milenios y son los mismos en los que se basan las presas, los canales y las centrales hidroeléctricas de hoy en día.

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