Hubo un tiempo en que la naturaleza era tratada con respeto por el ser humano. Un ser humano muy parecido al de hoy en día, pero en esencia diferente. Consciente de la dependencia recíproca existente entre él y su entorno, aprendió a buscar, a recolectar, a construir y a vivir, sabedor de que iba a ser agraciado con sus bienes en la misma medida en que se prodigara en cuidados. La caza, la silvicultura y la agricultura han sido las actividades tradicionales más extendidas, dentro de unos límites de sostenibilidad generalmente respetados. Pero también, otros usos y costumbres fueron desarrollándose alrededor de la piedra, elemento clave para la subsistencia en el medio rural debido principalmente a su abundancia. La grisácea roca caliza o esa arenisca roja llamada rodeno, en todas sus formas y composiciones, la piedra ha sido la principal materia prima que ese entorno montaraz y agreste proporcionaba para aquellas construcciones que debían perdurar.
Obras de piedra caliza compactada en seco en el Rincón de Ademuz, foto por PCA (c) |
El pastoreo y la trashumancia hicieron necesario el levantamiento de sólidos refugios y chozos donde encontrar cobijo durante el mal tiempo, de corrales de amplios arcos para el descanso de las reses, de ribazos en los bancales y de muretes en los azagadores para delimitar los pasos francos y proteger los cultivos. También la actividad minera, que se desarrolló en nuestros montes para la extracción de hierro, cinabrio, cobalto y otros minerales valiosos, precisó de hornos y almacenes en pleno monte. Para la obtención a un bajo coste de la cal, material necesario para la edificación de viviendas y su salubridad, se construyeron cerca de las canteras hornos circulares, llamados caleras, donde se sometía a la piedra caliza a un proceso de calcinación a altísima temperatura.
Otros artefactos, donde también fue empleada la piedra, están relacionados con el agua, que antaño fue mimada como la hija favorita de la montaña que siempre ha sido: azudes y diques, para retenerla o desviarla; acueductos y acequias, para transportarla hasta las huertas; aljibes y albercas, o ventisqueros y neveros, para almacenarla tanto en su estado líquido como sólido. Y relacionada con la fabricación de harina y aceite a partir del cereal y la oliva cosechados, también fue importante en una época la producción de ruejos, así llamadas las piedras circulares para molinos y almazaras. Piedra da la montaña y aquel ser humano, pastor, labrador, minero, calero, regador, molinero o almazarero, tenía la magia de aplicarla en su provecho.
Cantera de rodeno para la producción de "ruejos" en Soneja, foto por PCA (c) |